viernes, 21 de diciembre de 2012

Carrero Blanco: su muerte no cambió la historia


HEMEROTECA

Carrero Blanco: su muerte no cambió la historia

Día 20/12/2012 - 01.18h

El 20 de diciembre de 1973 ETA asesinó al entonces presidente del Gobierno. Pese a las dudas que su vocación democrática despertaba en ciertos sectores de la sociedad, hoy parece claro que España había iniciado un camino imparable hacia un régimen de garantías constitucionales y libertades

Tal día como hoy de 1973, ETA asesinó al almirante Carrero Blanco. El atentado del por entonces presidente del Gobierno encendió el malestar de la sociedad española, incluso entre aquellos sectores que veían en la víctima a un simple continuador del régimen de Franco. La«Operación Ogro» marcó un punto de inflexión que, sin embargo, la interpretación histórica más reciente tiende a relativizar.
¿Qué habría cambiado en la Historia de España sin la desaparición de Carrero Blanco? ¿Habría llegado el relevo de Adolfo Suárez? «La creciente evolución de España hacia la democracia era ya imparable a comienzos de los años 70», responde Conchita Ybarra, catedrática de Historia Contemporánea de la UNED. Una vez en el trono, el Rey don Juan Carlos dejó claras sus intenciones de emprender ese camino. «Arias Navarro fracasó en su intento de imponer la intransigencia al cambio, como lo hubiera hecho Carrero», añade Ybarra.
«No debemos nada al terrorismo», señala contundente también el periodista Miguel Ángel Aguilar, que escribía por entonces para la revista Cambio 16. Aguilar ahonda en el sentir de que el fatal suceso no modificó drásticamente los acontecimientos venideros: «Muerto Franco, el almirante habría presentado su dimisión al Rey y el proceso habría seguido pautas análogas a las descritas conforme a las demandas sociales y a las reclamaciones de las fuerzas políticas».
En lo que coinciden ambos análisis es en que la presencia de Carrero si habría variado el tiempo y el lugar en el que Adolfo Suárez dio el salto a la primera línea política. «Quizás no hubiera subido tan fulgurantemente, aunque sí otro político como Joaquín Garrigues, favorito de los americanos, u algún otro joven de la democracia cristiana. Carrero ya era sumamente impopular, tanto por la oposición al régimen como por los renovadores por ser “más franquista que Franco”». Por otro lado, Aguilar sostiene que Suárez «hizo su carrera política en tiempos de Carrero. Veraneaban juntos en la urbanización de la Dehesa de Campoamor», de lo que se desprende una buena relación personal. «Su línea de horizonte era distinta, pero no eran antagónicos», apunta. No puede afirmarse, por tanto, que Suárez no hubiese llegado a tener el papel que tuvo, una vez que su ascenso vino impulsado en última instancia por el apoyo del monarca y de Torcuato Fernández Miranda.
El atentado sí supuso un cambio en la relación hacia ETA. «Aunque parte de la oposición a Franco pudo sentirse aliviada, no pudieron compartir la crueldad con la que se perpetró», reflexiona Ybarra. «No me consta que hubiera reconocimiento ni legitimación explícita por parte de nadie», agrega Aguilar, que sí admite que supuso un cambio cualitativo: «Que fueran capaces de asesinar al presidente del Gobierno en la forma en que lo hicieron les dio una consideración legendaria».
Pese a esa consideración, el periodista no considera que nos encontremos ante el mayor magnicidio de nuestra reciente Historia: «Si atendemos a las consecuencias, en manera alguna es el más importante. En cambio, el asesinato de José Calvo Sotelo fue uno de los decisivos de la sublevación del 18 de julio de 1936 y de la guerra civil que siguió», señala.

Un asesinato abierto a las especulaciones

Mucho se ha escrito sobre la muerte de Carrero Blanco. Pero la teoría que más se ha extendido es la de una posible connivencia de Estados Unidos. El argumento principal es que la localización del crimen es muy cercana a la Embajada de Estados Unidos, y que era imposible que una preparación tan compleja de un atentado, con excavación de túnel incluida, no hubiese sido detectado por los servicios de inteligencia americanos.
Esa última tesis es rebatida por Anna Grau en su libro De cómo la CIA eliminó a Carrero Blanco y nos metió en Irak. La ironía del título sirve para que la periodista, que fue corresponsal de ABC en Nueva York, asegure que «si la CIA hubiese apoyado el asesinato de Carrero Blanco tendrían un problema de esquizofrenia».
Grau cuenta que durante su estancia en Estados Unidos pudo recopilar información que apunta que los norteamericanos «no consideraban a Carrero Blanco un obstáculo para la democracia. Lo que les preocupó del atentado es que pudiese ser una involución» por parte de los más afectos al régimen.
En 2013 se cumplirá el cuarenta aniversario del atentado. Una miniserie de televisión se adelanta ahora a repasar los acontecimientos y resituar a Carrero Blanco en la historia contemporánea española. Mucho queda aún por escribir, pero cada vez parece más claro que el devenir de España estaba escrito con letras mucho más firmes y legítimas que las de la derrotada banda asesina llamada ETA.

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