miércoles, 30 de marzo de 2011

ABC
El historiador Paul Preston se suma a quienes creen probado que el entonces consejero de Orden Público estuvo al corriente de la ejecución de más de 2.000 prisioneros
SERGI DORIA
Día 28/03/2011 - 13.50h

ABC 


«¡Váyase al infierno!», le espetó Santiago Carrillo a Luis del Olmo cuando éste se refirió a su papel en Paracuellos. Consejero de Orden Público, el 6 de noviembre de 1936, y secretario general del PCE, la sombra de aquellos asesinatos sigue planeando sobre Carrillo. Aunque la autorización, organización y aplicación implicaba a más gente, «tampoco hay que pensar que él estuviera eximido de responsabilidades... Hay pruebas de peso que, aparte de ser confirmadas parcialmente por algunas de sus propias declaraciones, dejan claro que estuvo totalmente involucrado». La afirmación es de un historiador tan poco sospechoso de veleidades derechistas como Paul Preston en «Las matanzas de Paracuellos», reconstrucción minuciosa de aquel macabro episodio que acaba de ver la luz en «Ebre 38» (Llibres de Matrícula), una revista sobre la guerra civil de tendencia republicana, codirigida por Pelai Pagès y M. Carmen Rojo Ariza, profesores del departamento de Didáctica y Patrimonio de la Universidad de Barcelona.
Para Preston, resulta «inconcebible» que Carrillo no asistiera a la reunión
El «infierno» del irascible Carrillo no es que se le acuse de ser el único responsable de Paracuellos, sino su acerba tozudez en negar que estaba al corriente de aquellos hechos sangrientos. Entre las pruebas de tal involucración, Preston menciona las felicitaciones que recibió por haber aniquilado la Quinta Columna durante el pleno del comité central del PCE celebrado entre el 6 y 8 de marzo de 1937; o el documento descubierto por Martínez Reverte en octubre de 2005 que confirma el acuerdo enre las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU) y la CNT-FAI para acabar con los prisioneros. Carrillo acusó de los asesinatos (un recurso bastante habitual para explicar los desmanes del bando republicano) a los «incontrolados» : su única reponsabilidad, adujo, es que no lo pudo evitar. Como afirma Pelai Pagès, codirector de «Ebre 38», Preston demuestra «la complicidad de las instituciones —y de las personas concretas que las encarnaban- en los luctuosos acontecimientos».
Otoño del 36. El gobierno republicano ha abandonado Madrid con rumbo a Valencia y Margarita Nelken deja en manos de la Dirección General de Seguridad la evacuación de los presos. La recién constituida Consejería de Orden Público será, finalmente, la encargada de ese cometido ante las presiones de los generales Miaja y Rojo. ¿De qué se trataba al hablar de «evacuación»? ¿De garantizar la seguridad de los detenidos o de eliminarlos? Los hombres del Komintern en España, como el periodista Mikhail Koltsov, el argentino Vittorio Codovila y el italiano Vittorio Vidali (Carlos Contreras) tenían claro el segundo supuesto; estaban, explica Preston, obsesionados por eliminar a los «quintacolumnistas».
Encuentro con las JSU y la CNT
Tanto el periodista Herbert Matthews como Enrique Castro Delgado, entonces comandante del Quinto Regimiento, corroboran las matanzas de presuntos fascistas bajo la batuta de un Vidali al que, según Hemingway, le dolía la mano de tanto darle al gatillo. El 6 de noviembre, las bolchevizadas Juventudes Socialistas Unificadas (JSU) y representantes de la CNT se reúnen en la Consejería de Orden Público para decidir el destino de los prisioneros. En las Juventudes —mayoritarias— destacan Santiago Carrillo, José Cazorla y Segundo Serrano Poncela. Resulta inconcebible, apunta Preston, que el veinteañero Carrillo —secretario de las JSU y Consejero de Orden Público— «no hubiera asistido a esta reunión».
Carrillo «contribuyó a convertirse en el centro del asunto de Paracuellos»
Tras pasar la víspera revisando ficheros de los presos de las cárceles madrileñas, la mañana del 7 de noviembre comenzo la «evacuación», denominación eufemística de las siniestras «sacas». Las cifras son escalofriantes: desde el sábado 7 de noviembre y hasta los primeros días de diciembre, entre 2.200 y 2.500 personas fueron «sacadas» de las cárceles de San Antón, Modelo y Las Ventas y luego asesinadas en Paracuellos del Jarama y Torrejón; las órdenes no las firmó Carrillo, sino el policía Vicente Girauta Linares y, cuando este marchó a Valencia, sus sustitutos: Serrano Poncela y Bruno Carreras Villanueva. Como escribirá Jesús de Galíndez, «la trágica limpieza fue desgraciadamente histórica; no caben paliativos a la verdad».
Tras la masacre del 7 y 8 de noviembre se produjo una breve tregua en los asesinatos masivos, gracias al cenetista Melchor Rodríguez, lo que le llevó a enfrentarse a los elementos más radicales de su sindicato y al Comité de Defensa. Los vascos Galíndez e Irujo se mostraban horrorizados ante el descontrol sangriento en la retaguardia republicana. «Si Galíndez sabía lo que estaba pasando», prosigue Preston, «Carrillo también lo debía saber, como queda demostrado en las actas de la reunión que la Junta de Defensa mantuvo la noche del 11 de noviembre» (Irujo y Giral habían pedido explicaciones al ministro de la Gobernación Ángel Galarza). Carrillo se mostró dispuesto «a proceder con toda energía para cortar abusos y arbitrariedades». Emitió dos decretos para centralizar las fuerzas policiales en la Consejería de Orden Público y controlar la libre circulación de armas. Pero el «doblepensar», tan propio del estalinismo, jugó una mala pasada al impetuoso líder. El historiador británico lo ilustra con la alocución en Unión Radio el 12 de noviembre: una «curiosa y tal vez innecesaria declaración» da paso a «un reconocimiento público de que se estaban tomando medidas contra los prisioneros».
Los relatos posteriores de Carrillo sobre Paracuellos «son breves e imprecisos»
Pasaron los años y Santiago Carrillo se fue desmarcando de su protagonismo en el Consejo de Orden Público durante la guerra civil, mientras cargaba los muertos y el robo de propiedades a Serrano Poncela. En sus memorias de 1993, añade Preston, «los relatos de Carrillo son breves, imprecisos y engañosos: no hacen mención a las sentencias de muerte, sino que dicen que lo peor que les pasó a aquellos que fueron declarados peligrosos por un juzgado o un tribunal es que fueron condenados a participar en batallones de trabajo en la construcción de fortines. La única declaración inequívoca de Carrillo es que no participó en ninguna de las reuniones del Consejo».
Si Azaña, Galíndez, Galarza, Irujo y Giral en Valencia, Melchor Rodríguez, el embajador argentino, el delegado británico y el cónso noruego Schlayer tuvieron conocimiento de las matanzas, añade Preston, «es inconcebible que Carrillo, siendo la principal autoridad en el área del orden público, no lo supiera. Después de todo, a pesar de lo que dijera a posteriori, él recibía informes a diario de Serrano Poncela...».
El último recurso del viejo comunista es conocido: situarse más allá de la memoria histórica y apelar al aserto sarteano de que «el infierno son los otros».
Carrillo en 1937: «Depurar a los traidores no es un crimen, sino un deber»
Reproducimos un extracto del artículo publicado por Paul Preson en 'Ebre 38':
«Los comentarios de Carrillo hechos en 1974 negando cualquier conocimiento de las matanzas de Paracuellos los contradicen las palabras de felicitación pronunciadas durante un pleno del Comité Central del PCE que tuvo lugar en Valencia entre el 6 y el 8 de marzo de 1937. Francisco Antón dijo: “Es difícil asegurar que en Madrid está aniquilada la Quinta Columna, pero lo que sí es cierto es que allí se han dado golpes muy fuertes. Y esto —hay que proclamarlo muy alto— se debe a la preocupación del Partido, al trabajo abnegado y constante de dos camaradas nuevos pero tan queridos por nosotros como si fueran viejos militantes: el camarada Carrillo, que fue Consejero de Orden Público, y el camarada Cazorla, que lo es ahora’. (Grandes aplausos)». Cuando se apagaron los aplausos, Carrillo se puso en pie y elogió que «los combatientes de las JSU luchen por garantizar una retaguardia cubierta, una retaguardia limpia de traidores. No es un crimen, no es una maniobra, sino un deber exigir tal depuración”.
En julio de 1937, poco después de ser nombrado ministro de Justicia, Manuel de Irujo inició las investigaciones para averiguar qué había pasado en Paracuellos, una de ellas dedicada exclusivamente a determinar el papel de Carrillo en los hechos. Desafortunadamente, no ha quedado rastro de aquella investigación; es razonable imaginar que estaba entre los papeles que los servicios de seguridad controlados por el PCE quemaron al final de la guerra».

Legionário, N.º 557, 11 de abril de 1943

CRISTANDADE E ORIENTE

Todos os compêndios de história, mesmo os mais elementares, são acordes em afirmar que um dos grandes fatores da decadência muçulmana foi a divisão intestina que lavrou entre as várias seitas em que se dividiram os sequazes de Maomé. Enquanto essas contendas internas estagnaram o surto maometano, os países ocidentais, levados pelo incomparável fermento de progresso que só a civilização cristã católica pode dar, se desenvolveram imensamente. Assim, quando a facilidade dos meios e vias de comunicação, obtida mediante as invenções do século passado, puseram novamente frente a frente cristãos e maometanos, a superioridade cultural, econômica e militar dos ocidentais era manifesta. Agíamos para com os muçulmanos como adultos para com menores de idade: com desenvoltura, autoridade... e não raras vezes condenável tirania.
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Mas as coisas mudaram muito de aspecto. Os recursos materiais do Oriente começaram a ter um papel cada vez mais importante na vida dos povos do Ocidente. E como a guerra total veio dar caráter marcadamente político às competições econômicas - ou, se preferirem, caráter marcadamente econômico às competições políticas - dai decorreu que o papel político do Oriente na solução dos problemas que cindem o Ocidente passou a ser de primeira grandeza. A intensa militarização do Japão acentuou singularmente este fenômeno.
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Numa época em que os valores se medem pela força, os problemas militares, sempre nobres e importantes, adquiriram uma importância maior do que nunca. Mas a mecanização da guerra tornou todos os conflitos estritamente técnicos! Vencem os melhores armamentos, admitida igualdade de valor entre os combatentes. E, como armamentos significa dinheiro, em igualdade de condições morais vence o mais rico, isto é, o mais bem municiado, o que estiver dotado de melhores meios mecânicos para o combate.
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Não será difícil, pois, armar de futuro os orientais com armas ocidentais para que intervenham em nossas lutas, não só com recursos econômicos imensos, mas já então com armamento perfeito. Valentia não lhes falta. E tudo isto importa em dizer que a menoridade dos povos orientais está chegando ao seu termo.
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Do ponto de vista da Igreja, o fato não seria grave, considerado em tese. A Igreja é Mãe do Oriente tanto quanto do Ocidente, e nada deseja senão o progresso de todos os povos nas sendas da civilização católica, com rumo à eternidade. O que lhe interessa é a salvação das almas. De todas as almas. E isto sem distinção entre o Ocidente e o Oriente.
Mas o fato é que o Oriente ainda é em grande escala pagão. O Ocidente ainda é em certa medida cristão. O entrechoque das duas forças ocasionará inevitavelmente um risco para a Igreja.
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E não se sorria. Não nos consola a idéia de que, imortal, a Santa Igreja jamais soçobrará. Graças a Deus estamos certos disto. Mas não nos basta que a árvore não caia por terra. Não queremos ver a ventania quebrar seus galhos majestosos, onde circula como seiva o próprio Sangue de Cristo. Não queremos ver arrancadas pelo vendaval as folhas outonais, isto é, as almas tíbias que a todo o custo e até o último instante de nossa vida, até mesmo com os maiores sacrifícios, queremos salvar. Nosso Senhor, que veio ao mundo para dar novo vigor ao arbusto partido, quer que reverdeçam as folhas outonais na árvore da Santa Igreja. Uma só que se desprenda é uma catástrofe maior do que se o sol se apagasse. O que significa de riscos, de ruínas morais, de miséria de toda ordem uma hegemonia pagã sobre os escombros do mundo cristão, só Deus o sabe.
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E não se argumente com a queda do Império Romano e as invasões dos povos bárbaros, em seguida ao que veio o esplendor da Idade Média. Ter-se-ia quase a impressão de que a queda do Império do Ocidente foi um bem! Não, foi um grande castigo, uma imensa e deplorabilíssima desgraça, que ocasionou à Santa Igreja males sem conta. Ela não morreu, é certo, mas cresceu de futuro. Nem por isto o que foi castigo deixou de ser castigo. É este o fato.
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Tudo isto, dizemo-lo para afirmar que o “Legionário”, pronto como sempre para atender a tudo quanto deseja a Santa Igreja, vê entretanto com clareza maior do que nunca a importância da obra missionária, que deve reconduzir à vida da graça os infiéis e pagãos. Não identificamos a Igreja com o Ocidente. Desde que sejam todos católicos, tudo estará bem. Mas é absolutamente indispensável que, enquanto o Oriente não estiver convertido, não se fale nos comentários, telegramas de jornal, e tratativas referentes à política internacional, na constituição de grandes blocos pan-maometanos, pan-hindus, pan-amarelos, por mais belos e sedutores que sejam estes projetos do ponto de vista temporal. Teremos consolidado contra nós os adversários de nossa civilização, estruturando-os politicamente em grandes potências. Vender-lhes-emos armas: isto é indubitabilíssimo. Introduzi-los-emos em nossas brigas domésticas: até já o fizemos. Faremos de seus recursos materiais grande parte da base de nossa vida econômica: nem é possível que procedamos de outra forma. E quando, conscientes de sua força, eles quiserem estruturar um mundo novo com o poder que lhes demos, e sem os princípios da civilização católica, que não lhes demos ou que eles rejeitaram, então será talvez tarde para abrir os olhos!
Legionário, n.° 775, 15 de junho de 1947


MAOMÉ RENASCE


Quando estudamos a triste história da queda do Império do Ocidente, custa-nos compreender a curteza de vistas, a displicência e a tranqüilidade dos romanos diante do perigo que se avolumava. Roma sofria, a agravar-lhe os outros males, de um inveterado hábito de vencer. A seus pés estavam as mais gloriosas nações da antigüidade, o Egito, a Grécia, toda a Ásia. A
ferocidade dos celtas estava definitivamente abrandada. O Reno e o Danúbio constituíam para o Império uma esplêndida defesa natural. Como recear que os bárbaros, que vagueavam nas selvas virgens da Europa central, pudessem expor a risco sério tão imenso edifício político?

Habituados a esta visão, os romanos não tiveram flexibilidade de espírito para compreender a situação nova que aos poucos se ia criando. Os bárbaros transpuseram o Reno, começaram suas invasões, diante deles a resistência das legiões era fraca, indecisa, insuficiente. Mas os romanos continuaram a ignorar o perigo, obcecados de um lado pela sede absorvente dos prazeres, e
iludidos de outro lado pelo que se chamaria na detestável terminologia freudiana um "complexo" de superioridade. É o que explica a tranqüilidade mortal em que se conservaram até o fim.

Ainda mesmo que consideremos dentro deste conjunto o mistério da inércia romana, o quadro nos parece singular e quiçá algum tanto forçado. Compreendê-lo-emos muito mais ao vivo, se considerarmos outro grande mistério que se passa diante de nossos olhos, do qual somos de certo modo participantes: a grande inércia do Ocidente cristão diante da ressurreição da gentilidade afro-asiática. O tema é por demais vasto para ser tratado em bloco. Bastará, para que o compreendamos bem, que consideremos apenas um dos aspectos do fenômeno: a renovação do mundo muçulmano.


É um tema que o "Legionário", já habituado a não ser compreendido, tem abordado com uma insistência que pareceu por vezes importuna. Mas a questão merece ser examinada mais uma vez, com uma extensão maior do que a das pequenas notas dos "Sete dias em Revista" nas quais a tratamos anteriormente.


Lembremos rapidamente alguns dados gerais do problema. Como se sabe, o mundo maometano abrange uma faixa territorial que começa na Índia, passa pela Arábia e Ásia Menor, atinge o Egito e vai terminar no Oceano Atlântico. A zona de influencia do Islão é imensa de todos os pontos de vista: território, população, riquezas naturais. Mas até há algum tempo atrás certos fatores inutilizavam de modo quase completo todo este poderio. O vínculo que poderia unir os maometanos de todo o mundo seria, evidentemente, a religião do Profeta. Mas esta se presentava dividida, fraca, e totalmente desprovida de homens notáveis na esfera do pensamento, do mando ou da ação. O maometanismo vegetava, e isto parecia bastar perfeitamente ao zelo dos altos dignitários do Islão. O mesmo gosto pela estagnação e pela vida meramente vegetativa era um mal de que também estava atingida a vida econômica e política dos povos maometanos da Ásia e da África. Nenhum homem de valor, nenhuma idéia nova, nenhum empreendimento verdadeiramente grande podia afirmar-se nesta atmosfera. As nações maometanas fechavam-se cada qual sobre si mesma, indiferente a tudo que não fosse o deleite tranqüilo e miúdo da vida quotidiana. Assim, vivia cada qual em um mundo próprio, diversificada das outras por suas tradições históricas profundamente diversas, separadas todas por sua recíproca indiferença, incapazes de compreender, desejar e realizar uma obra comum. Neste quadro religioso e político tão deprimido, o aproveitamento das riquezas naturais do mundo maometano, riquezas que consideradas em seu conjunto constituem um dos maiores potenciais do globo, era anifestamente impossível. Tudo, pois, não era senão ruína, desagregação e torpor.


Arrastava assim os seus dias o Oriente, enquanto o Ocidente chegava ao zênite de sua prosperidade. Desde a era vitoriana, uma atmosfera de juventude, de entusiasmo e de esperança soprava pela Europa e pela América. Os progressos da ciência haviam renovado os aspectos materiais da vida ocidental. As promessas da Revolução encontravam crédito, e nos últimos anos
do século XIX havia quem esperasse o século XX como a era de ouro da humanidade.

É claro que um ocidental colocado neste ambiente se capacitava a fundo, da inércia e da impotência do Oriente. Falar-lhe na possibilidade da ressurreição do mundo maometano lhe pareceria algo de tão irrealizável e anacrônico, quanto o retorno aos trajes, aos métodos de guerra e ao mapa político da Idade Média.

Desta ilusão, vivemos ainda hoje. E, como os romanos, fiados no Mediterrâneo que nos separa do mundo islâmico, não percebemos que fenômenos novos e extremamente graves se passam nas terras do Corão.

É difícil abranger em uma discriminação sintética fenômenos tão vastos e ricos como este. Mas de um modo muito geral pode-se dizer que, depois da grande guerra, todo o Oriente - e entendemos esta expressão num sentido muito lato abrangendo em sua totalidade as zonas de civilização não cristã da Ásia e da África - começou a passar por um fenômeno de reação anti-Europa e muito pronunciado. Esta reação comportava dois aspectos algum tanto contraditórios, mas ambos muito perigosos para o Ocidente. De um lado, as nações orientais começavam a sofrer com impaciência o jugo econômico e militar do Ocidente, manifestando uma aspiração cada vez mais pronunciada pela soberania plena, pela formação de um potencial econômico independente e de grandes exércitos próprios. Esta aspiração comportava, é claro, uma certa "ocidentalização", ou seja a adaptação da técnica militar, industrial e agrícola moderna, do sistema financeiro e bancário euro-americano, à Ásia, etc. De outro lado porém, este surto patriótico provocava um renouveau de entusiasmo pelas tradições nacionais, costumes nacionais, culto nacional, historia nacional. É supérfluo acrescentar que o espetáculo degradante da corrupção e das divisões a que estava exposto o mundo ocidental concorria para estimular o ódio ao Ocidente. De onde a formação, em todo o Oriente, de novo interesse pelos velhos ídolos, de um "neo-paganismo" mil vezes mais combativo, resoluto e dinâmico do que o paganismo antigo. O Japão é bem um exemplo típico, ultra-típico talvez, de todo este processus que tentamos descrever. O grupo ideológico e político que o elevou à categoria de grande potência e que ambicionou para ele o domínio do mundo, foi precisamente um destes grupos neo-pagãos obstinadamente apegados aos velhos conceitos de divindade do Imperador, etc.


Ora, um fenômeno mais lento, porém não menos vigoroso que o do Japão, se deu em todo o mundo oriental. A Índia está na iminência de conquistar, em virtude deste fenômeno, a sua independência, o Egito e a Pérsia ocupam hoje em dia uma situação avantajada, na vida internacional, e progridem a passos rápidos. Bem antes disto, Mustafá Kemal renovara a Turquia. Todas estas nações, estas potências podemos dizer, se sentem orgulhosas de seu passado, de suas tradições, de sua cultura, e desejam conservá-las com afinco, ao mesmo tempo, mostram-se ufanas de suas riquezas naturais, de suas possibilidades políticas e militares, e do progresso financeiro que estão alcançando. Dia a dia elas se enriquecem, constróem cidades dotadas de um
aparelho governamental eficaz, de uma polícia bem adestrada, de universidades estritamente pagãs mas muito desenvolvidas, de escolas, hospitais, museus, tudo enfim que para nós significa de algum modo poder e progresso material. Nas suas arcas, o ouro se vai acumulando. Ouro significa possibilidade de comprar armamentos. E armamentos significam prestígio mundial.

É interessante notar que o exemplo nazista impressionou fortemente o Oriente. Se um grande país como a Alemanha tem um governo que abandona o Cristianismo e não cora de voltar aos antigos ídolos, o que há de vergonhoso em que um chinês ou um árabe permaneçam em suas religiões tradicionais?

Tudo isto transformou o mundo islâmico e determinou em todos os povos maometanos, da Índia ao Marrocos, um estremecimento que significa que o sono milenar acabou. O Paquistão - estado muçulmano hindu em vésperas de independência - o Irã, Irak, a Turquia, o Egito são os pontos altos do movimento de ressurreição islâmica. Mas na Algéria, no Marrocos, na Tripolitânia, na Tunísia, a agitação também vai intensa. O nervo vital do islamismo revive em todos estes povos, fazendo renascer neles o senso da unidade, a noção dos interesses comuns, a preocupação da solidariedade, e o gosto pela vitória.


Nada disto ficou no ar. A Liga árabe, uma confederação vastíssima de povos muçulmanos, une hoje todo o mundo maometano. E’, às avessas, o que foi na Idade Média a Cristandade. A Liga Árabe age como um vasto bloco perante as nações não árabes, e fomenta por todo o norte da África a insurreição. A evasão do grão mufti foi uma clara manifestação da força dessa Liga. A
soltura de Abd-el-Krim é mais do que isto, uma afirmação do propósito deliberado em que está a Liga de intervir nos assuntos da África Setentrional, promovendo a independência da Argélia, Tunísia, Tripolitânia e Marrocos. É o que demonstramos nos "Sete Dias em Revista" do ultimo número.

Será preciso ter muito talento, muita perspicácia, informações excepcionalmente boas, para perceber o que significa este perigo?

lunes, 28 de marzo de 2011

Corsa contro il tempo per salvare i tesori di Madrid
di VICENTE CÁRCEL ORTÍ
Il 4 maggio 1931, appena venti giorni dopo la proclamazione della Seconda Repubblica spagnola e una settimana prima delle tragiche giornate del 10 e dell'11 maggio - che videro l'incendio di numerosi templi, conventi e collegi religiosi a Madrid, Valencia, Malaga e in altre importanti città, con la conseguente distruzione di un ingente patrimonio storico, artistico e documentale - di fronte alla passività totale del governo, che non volle impedirli con la forza pubblica e poi non cercò neppure i responsabili per giudicarli e condannarli, il nunzio Federico Tedeschini scrisse una lettera personale al sostituto della Segreteria di Stato, Alfredo Ottaviani, esprimendogli la sua preoccupazione per la conservazione dell'archivio della Nunziatura di fronte agli eventuali pericoli che la nuova situazione politica spagnola poteva comportare, in quanto temeva che potesse essere attaccato l'edificio della rappresentanza pontificia, e gli chiese istruzioni su come inviare la documentazione archivistica al Vaticano. Il timore di Tedeschini era più che giustificato poiché, poco tempo dopo, alcuni deputati chiesero nelle Cortes la rottura delle relazioni diplomatiche con la Santa Sede e l'espulsione del nunzio.
"La situazione della Spagna - scrive Tedeschini a Ottaviani - quantunque hic et nunc non offra pericoli, pure non è temerario pensare che possa farsi critica e pericolosa da un momento all'altro. Mi hanno perciò consigliato a cominciare a preparare per tempo la spedizione degli oggetti che in caso di possibile precipitazione o fretta, non avrei neppure il tempo di mettere in ordine. E conseguentemente ho pronte per la spedizione a Roma varie casse, la cui partenza, mentre non mi reca pregiudizio, mi dà una certa tranquillità.
Ma prima di farle partire, desidererei sapere da Lei come e a chi potrei indirizzarle per evitare le noie della dogana e per usufruire dei vantaggi che a determinati dignitari della Curia Romana concedono gli accordi coll'Italia. Le sarò molto grato se vorrà farmi conoscere, possibilmente per telegrafo, le desiderate istruzioni". (ASV, Segr. Stato 1931, rubr. 105, ff. 7-8). 
Ottaviani rispose il 10 maggio con un breve telegramma nel quale si limitò a dirgli: "Spedisca le casse all'indirizzo seguente: Maestro di Casa S.P.A. Città del Vaticano. Prevenendomi della spedizione e numero di casse inviate". Dieci giorni dopo il cardinale Pacelli comunicò per telegrafo a Tedeschini che lasciava al suo prudente giudizio il modo di salvare l'archivio: "Lascia prudente consiglio V.E.I giudicare se e come convenga preparare e disporre salvaguardare archivio Nunziatura contro eventuali improvvisi pericoli" (Ibidem., f. 9). Di fronte all'insicurezza della situazione politica, dovuta al fatto che il Governo non riusciva a mantenere l'ordine pubblico, Tedeschini decise di trasferire in segreto l'archivio storico dalla nunziatura all'ambasciata di Germania a Madrid, e il 30 maggio informò dell'accaduto il cardinale Pacelli. "Mi è sembrato (...)il miglior partito d'inviare a Roma tutto ciò che tre anni addietro avevo lasciato qui, non perché fosse indispensabile ai bisogni di questa Nunziatura, ma solo a titolo di precauzione per il caso che occorresse di fare ricerche e studii sull'attuale Concordato (cosa ormai tramontata) e cioè tutto il materiale dal 1851, col quale si inizia la Nunziatura di Mgr. Brunelli, al 1913, col quale principia la Nunziatura del mio ultimo predecessore; e trattenere qui, come cosa di attualità, il materiale della Nunziatura dell'E.mo Sig. Card. Ragonesi e quello della mia, che ho già pensato a collocare in luogo sicuro, affidandolo alla custodia dell'ottimo Signor Conte de Welczeck, Ambasciatore di Germania (...) Fra qualche giorno, il materiale da inviare agli Archivi Vaticani sarà pronto per la spedizione ed io mi recherò a premure di avvertire l'Eminenza Vostra della partenza del medesimo" (Dispaccio nº. 5055, AES, Spagna, IV Periodo, 622, fasc. 28, ff. 58-59). Alla fine di giugno furono spedite alla Città del Vaticano 28 casse che contenevano l'archivio della Nunziatura dal 1851, quando era nunzio Giovanni Brunelli, al 1913, quando lo era Antonio Vico, insieme a un resoconto dettagliato dei documenti contenuti in ognuna di esse. La Segreteria di Stato le consegnò all'Archivio Segreto Vaticano, il cui prefetto, Angelo Mercati, si fece carico della loro custodia e catalogazione.
 
Due anni dopo sorsero nuovi pericoli perché si ripresentò la minaccia di rottura delle relazioni e Pio XI, che si preoccupò subito di salvare l'archivio, chiese al nunzio di metterlo in un luogo sicuro, se non lo aveva già fatto. Così risulta in un appunto autografo del cardinale Pacelli, del 24 giugno 1933, e in un telegramma cifrato che inviò immediatamente a Tedeschini, il quale il 13 giugno rispose dicendo: "Ho avuto l'onore di ricevere il venerato Cifrato distinto dal Nº 194 col quale l'Em.za Vostra Rev.ma si compiaceva di richiamare in nome del Santo Padre, la mia attenzione sulle disposizioni da Vostra Em.za impartitemi in ordine alla sicurezza dell'Archivio della Nunziatura, col Cifrato Nº 73. Prego l'Em.za Vostra Rev.ma di voler umiliare al Santo Padre i sensi della mia gratitudine per la paterna sollecitudine che mostra costantemente per questa Sua Rappresentanza. In pari tempo mi è grato informare l'Em.za Vostra che reputo per il momento sufficienti le misure già prese due anni addietro, e delle quali ebbi occasione di dare notizia a Vostra Em.za col rispettoso rapporto Nº 5055. Altra cosa non mi pare di dover fare per il momento, perché, se anche si desse il malaugurato evento delle rotture dello relazioni diplomatiche fra la Santa Sede e la Repubblica Spagnuola, non credo che il Governo prescinderebbe dall'osservanza delle norme diplomatiche proprie di simili casi di conflitti. Questa convinzione mi viene dal fatto che il Governo non mostra alcuna particolare animosità verso la Rappresentanza Pontificia; e malgrado la sua triste opera di laicismo e la sua legislazione così apertamente antireligiosa, mostra di voler conservare nelle relazioni con la Nunziatura le ordinarie norme di cortesia e di rispetto. Circa quanto io riferiva nel mio rapporto 6215, dove davo conto della audace ed inconsulta proposta del Deputato Gomáriz, di rottura di relazioni colla Santa Sede e di stabilimento delle relazioni colla Russia, mi è grato informare l'Em.za Vostra Rev.ma che su tale proposta si è fatto il silenzio più assoluto. Non so se questo sia dovuto, come da qualcuno si afferma, a desiderio e ad ordine del Governo, che avrebbe messo tutto in tacere; ma in ogni modo è un fatto che, almeno fino ad oggi 13 Luglio, cioè a distanza di più di un mese, la pericolosissima proposta del suddetto deputato radicale-socialista non ha avuto seguito veruno, come non lo ha avuto l'altra proposta di tre deputati radicali-socialisti, circa le rimostranze che si invocavano dal Governo contro la Santa Sede e la Nunziatura per la Enciclica Dilectissima Nobis" (ASV, Arch. Nunz. Madrid 895, ff. 693-693v).
L'archivio fu tenuto in un posto sicuro fino allo scoppio della guerra civile e suo responsabile fu l'incaricato d'affari Silvio Sericano, il quale, prima di tornare a Roma il 4 novembre 1936, lo chiuse "a chiave con sigillo" per impedire che qualcuno potesse vedere i documenti, e lasciò come responsabile dell'edificio e dell'archivio il redentorista Máximo-Alfonso Áriz Elcarte.
Nella plenaria del 14 giugno 1937 i cardinali membri della S.C. degli Affari Ecclesiastici Straordinari esaminarono la complessa e delicata questione del riconoscimento del governo nazionale e, sebbene alcuni fossero favorevoli, pur con molte riserve, il cardinale Tedeschini si oppose energicamente perché presupponeva una rottura con il governo della Repubblica e addusse, fra gli altri motivi, la situazione eccezionale in cui si trovava la nunziatura di Madrid, e, al suo interno, il suo prezioso archivio. Il cardinale temeva reazioni violente da parte dei repubblicani contro la nunziatura, reazioni che fino a quel momento non si erano verificate.
Solo un anno dopo, nel maggio 1938, quando i governi più importanti prevedevano una fine del conflitto armato a favore dei nazionali, la Santa Sede stabilì relazioni diplomatiche con il governo di Burgos. Terminata la guerra il 1° aprile 1939, la nunziatura di Madrid fu occupata dal suo nuovo titolare, l'arcivescovo Gaetano Cicognani, al quale Áriz consegnò pochi giorni dopo le chiavi dell'edificio e dell'archivio, alla presenza del nuovo segretario, Felice Dirozzi. Vari anni dopo, la documentazione della nunziatura, corrispondente ai pontificati di Benedetto XV e di Pio XI, fu trasferita nell'Archivio Segreto Vaticano e lì possiamo consultarla oggi noi ricercatori, grazie al prezioso aiuto che offrono i dettagliati indici elaborati dall'archivista suor Concepción López, carmelitana della carità.


(©L'Osservatore Romano 28-29 marzo 2011)

lunes, 14 de marzo de 2011

Libro de Arvid Fredborg dice: si Franco no enfrentase la invasion de Alemania a España el el año 1942, lo haria el pueblo español
ARVID FREDBORG
ATRÁS DA MURALHA DE AÇO

Título original sueco: BAKOM STALVALLEN

Título da edição americana: BEHIND THE STEEEL WALL

COMPANHIA EDITORA NACIONAL
São Paulo, 1945, 376págs.



VII

A dupla arremetida contra o eixo
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O Desembarque no Norte da África

[...]A 12 de novembro (Conforme la pág. 167, se trata del año 1942), tropas alemãs alcançaram a fron­teira franco-espanhola. Durante os dias seguintes, tre­mendas concentrações de forças se fizeram nessa região. Os espanhóis de Berlim sentiram-se indispostos e decla­raram prever uma invasão da Espanha propriamente dita e a ocupação das Baleares pelos italianos. O major Som­merfeldt disse algo, insinuando que era provável qualquer coisa dêsse gênero. A 13 e 14 de novembro, afirmou que dali a uma semana toda a situação "sofreria mudança radical" e um "quadro totalmente novo" surgiria. Ao anoitecer de 14 de novembro um funcionário declarou reservadamente que a invasão da Espanha, ao longo de toda a fronteira, era apenas questão de horas. A vera­cidade dessas palavras foi verificada por outros porta-vozes. No último minuto a ordem foi cancelada, ninguém sabe porque. Disse-se que o general Franco fizera saber que a Espanha lutaria em qualquer circunstância, mesmo que êle não assumisse o comando (pág.177).